sábado, 3 de diciembre de 2011

Carta de un desconocido


Querido amigo,
La historia que paso a narrarle ocurrió hace ya muchos años, tantos que posiblemente no recuerde con rigor esta anécdota. Mi deber es hacerle llegar a usted este día, este extraño día que hoy le redacto a petición de una cercana amiga.
“Encendió el ordenador y el fuerte piloto azul la cegó momentáneamente. Era muy temprano, su antiguo despertador digital que tantas mañanas la había sacado de su sueño pitó en señal de que eran las 7 de la mañana. Por las rendijas de la ventana entraba el tenue resplandor del sol saliente entre las olas del mar. Subió la persiana y corrió la cortina para ver ese maravilloso espectáculo de la naturaleza. Abrió una hoja de la ventana y la suave brisa del mar acarició su cara, al igual que lo hace una madre con su hijo. Volvió la mirada a la pantalla de su ordenador y observó como en el escritorio aparecía aun la foto de aquella persona, que a día de hoy, seguía siendo extraña para ella. Hacía dos meses que no mantenía contacto con él, y seguía sin ser capaz de separar aquellos ojos azules de su mirada. Al conectarse a la red social, comprobó si estaba conectado ¡Y así era! Sin embargo, nunca la había saludado y no tenía la esperanza de que ese día fuera diferente. Siempre era ella la que tenía que llevar el puntero de su ratón hasta su icono del chat si quería saber algo de él. Incluso había pasado varias noches despierta esperando para llamarlo, para oír su voz, su cálida voz. ¡Qué lástima de tiempo perdido! Una discusión meses atrás rompió cualquier esperanza de poder entablar una relación seria. Cuando se quiso dar cuenta el sol ya superaba el horizonte y el calor de este, comenzaba a provocar que su pequeña oreja derecha se pusiera roja. Abrió la puerta de su habitación y bajó con precaución las escaleras de mármol indio. Le parecía que los puntos negros que permanecían incrustados en este eran hoy mayores que hacía dos meses. Una vez en la cocina, encendió la cafetera negra y esperó con paciencia a que la luz se pusiera en verde para poder preparar su taza de café. Su olor pronto llenó la estancia, recordándole los días en los que camino al colegio, aquel aroma recorría las calles de su pueblo. Tomado el café, se apresuró en llegar a tiempo al trabajo. Cada día, tenía que pasar por la puerta de la casa de aquel desconocido con el que había discutido meses atrás. Nunca llegó a verlo en persona, pero cada vez que pasaba por aquella calle de penumbra sus ojos se abrían como los de un búho, esperando poder verlo por primera vez. Aquel día el destino fue benévolo con ella y casualmente vio a aquella persona. Sentía que el corazón se le salía por la boca, pero aun así se aferró al volante del coche y siguió camino al trabajo. La inundó un gran ahogo al pensar que había dejado pasar la única oportunidad que había tenido de ver en persona a aquel amor. Después de estar diez minutos sentada en la silla de su despacho, mirando a la nada, se remangó su largo vestido negro que le cubría los tobillos y echó a correr como una loca escaleras abajo para volver a la calle donde residía él mientras su larga melena morena ondeaba a causa de la velocidad. Parecía que el tiempo no pasaba y que solo podía escuchar el pálpito de su corazón y el chasquido que hacían sus tacones al llegar al suelo. Cuando llegó a la esquina de la angosta calle, frenó en seco y asomó con cautela la cabeza ¡Allí estaba! Por un momento deseó volver al trabajo, pero algo le decía que tenía que hablar con él. Las campanas de la iglesia contigua sonaban y las palomas paseaban por la calle sin ser ella consciente de todo aquello. Simplemente podía mirarlo a él. Se armó de valor y se plantó sin pensarlo dos veces en frente suya. La cara de aquél se descuajeringó y ella balbuceó entre temblores un “Hola” lleno de valor. Otro saludo fue correspondido por parte del otro y ella le consultó si querría dar un paseo. Este asintió sin demora y cruzaron calle abajo la vía. Tras un largo recorrido cargado de risas y una confianza que era propia de personas que llevaban una vida junta, decidieron sentarse en un banco solitario. El silencio hizo acto de presencia mientras aquellos sujetos intercambiaban sus miradas. Ella agachó la cabeza y unas palabras, apenas sin fuerza, cruzaron el aire y llegaron hasta él “¿Es verdad que no quieres saber nada de mí?” Y aquel respondió “Si no quisiera saber nada de ti no estaría aquí ahora”. Una sonrisa apareció en el rostro de la chica y ambos se levantaron para continuar el camino. Se despidieron y ella volvió al trabajo con una felicidad que nunca había llegado a conocer, y que posiblemente, nunca conoció.
 Los días se sucedieron y ella no recibía señales de él. Como tiempo atrás, este se conectaba, pero no dirigía una palaba a esta muchacha. No merece la penar correr tras alguien que huye de ti y ella no volvería a correr tras él. Y todo quedaría ahí, en una tarde. “
Ella se fue hace unos meses, nos dejó para irse al mundo de la oscuridad pero me pidió entre sollozos que le recordara este día, el que más pesaba en su memoria aunque usted no recuerde ni como se llamaba.

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