La ancha calle adoquinada
se encontraba desértica. Daba tristeza pensar que esta vía había
sido una de las más concurridas de la comarca y ha día de hoy solo
estábamos una triste paloma desorientada y yo. El sol caía con
fuerza y las chicharras cantaban desde lo alto de los árboles,
aumentando más ese insoportable calor. Avanzaba despacio, teniendo
la precaución de no tropezarme con aquel suelo desgastado. Las
flores de los balcones y las blancas paredes de las casas creaban un
ambiente típico de Andalucía. Me aproximé hasta la única casa que
permanecía vacía y entré en ella con mucha cautela. Las paredes
estaban desconchadas por la humedad y el piso de terrazo a penas
conservaba tres guijarros de piedra por baldosa. En el vestíbulo,
aun permanecían las fotos de los posibles propietarios de la casa.
Su aspecto era extraño y sinuoso, pero aun así parecían una
familia feliz compuesta por una madre y dos hijos. Abrí la puerta
que separaba el recibidor del pasillo. Las bisagras crujieron, al
igual que lo hacen las de los castillos abandonados de las películas.
La luz del día penetró en el corredor y pude observar dos estancias
y una pobre escalera de madera a la que le faltaban peldaños. Algo
me llevó a subir a la planta superior, como un conejillo que trata
de coger una zanahoria. Pisé con cuidado las terribles tablas de
madera que crujían como si quisieran quebrarse. Al llegar a la parte
superior de la casa, una puerta descolorida por el tiempo, separaba
la escalera de la galería. Una vez dentro, el contraste con la
planta baja era tremendo. Parecía que el tiempo se había parado, he
incluso podía asegurar que se olía a lavanda procedente del suelo.
Este, al contrario que el de la planta inferior, era de madera, de
lujosa madera. Estaba en perfecto estado, como si lo acabaran de
poner. La iluminación era magnífica, entrando un precioso sol por
el gran tragaluz que se encontraba en medio de la estancia. Numerosos
tapices de alto lizo ambientados en el siglo XVIII cubrían las
paredes, que cada 2 metros poseían un aplique con tres velas hecho
de oro puro. Avancé hasta llegar al final del pasillo, donde un arco
de madera de cerezo permitía el acceso a un gran vestidor. Multitud
de armarios rodeaban la estancia. Abrí uno de ellos y encontré de
nuevo la foto de la madre de la familia y numerosos vestidos
confeccionados a mano. En otro armario, había cientos de pares de
zapatos, aptos para cualquier evento que se pueda imaginar. Un
guardarropa escondía un secreto mayor. Este no contenía ropa, si no
una habitación. Tres grandes ventanales la iluminaban. De pronto,
creí oír la puerta del pasillo pero la lujosa estancia diezmo el
miedo que pude sentir. La cama, era de matrimonio, con una colcha de
seda que hacía juego con las telas de las cortinas. Una cómoda se
encontraba en frente, provista de los juegos de cama pertinentes.
Volví a mirar a las ventanas y observé que una de ellas poseía un
balcón. La abrí de par en par y me asomé para ver la calle. No
había nadie. De pronto, noté una fría mano en mi espalda que me
precipitó al vacío de la vía. Cerré los ojos para evitar saber
cuando mi cuerpo llegaría al suelo. Cuando despegué los parpados,
me encontraba abriendo el gran ventanal que poseía el balcón.
Parecía como si nada hubiera pasado, pero esta vez no fui capaz de
abrirlo. Me asomé por el cristal y observé multitud de gente que se
aglutinaba en torno a un cuerpo inerte. Cogí una silla para poder
tener una mejor perspectiva y logré distinguir a esa persona. ¡Era
yo! Un medico trataba de reanimarme, más fue inútil. Corrí al
pasillo para bajar a la calle, pero la puerta por la que accedí a la
escalera no estaba. Volví a la habitación y traté de romper el
cristal con un reloj que descansaba encima de una mesita de noche.
Fue inútil, cualquier intento de salir de aquella casa era en vano.
Grité con todas mis fuerzas para intentar que aquella gente me
escuchara, pero parecía como si mi voz no saliera de aquellas cuatro
paredes. ¿Y si no logro salir de aquí? El pánico me poseyó y me
tiré en la cama llorando miles de lágrimas. “¿Estaré muerto?”
pensé... aquello pasó hace ya mucho tiempo. Y aun hoy estoy en la
misma estancia, asomado a la ventana, mirando a la triste paloma que
aquel día me acompañaba por aquella calle desértica.
Me gusta el nombre de tu blog. Holly se encerró en la jaula de los que quieren ser libres, los que no quieren ataduras de amor, de afectos pero, finalmente, acaban buscando, entre lágrimas, a su innominado gato, abandonado en un callejón.
ResponderEliminarY me gusta tu relato, el de alguien que se ha quedado atrapado en su propio sueño.
Definitivamente, Juan, tienes ojos llenos de cine y lo dejas ver en tus historias. ¡Me encanta leerlas!