martes, 29 de noviembre de 2011

SOLO PARA LA ETERNIDAD


La ancha calle adoquinada se encontraba desértica. Daba tristeza pensar que esta vía había sido una de las más concurridas de la comarca y ha día de hoy solo estábamos una triste paloma desorientada y yo. El sol caía con fuerza y las chicharras cantaban desde lo alto de los árboles, aumentando más ese insoportable calor. Avanzaba despacio, teniendo la precaución de no tropezarme con aquel suelo desgastado. Las flores de los balcones y las blancas paredes de las casas creaban un ambiente típico de Andalucía. Me aproximé hasta la única casa que permanecía vacía y entré en ella con mucha cautela. Las paredes estaban desconchadas por la humedad y el piso de terrazo a penas conservaba tres guijarros de piedra por baldosa. En el vestíbulo, aun permanecían las fotos de los posibles propietarios de la casa. Su aspecto era extraño y sinuoso, pero aun así parecían una familia feliz compuesta por una madre y dos hijos. Abrí la puerta que separaba el recibidor del pasillo. Las bisagras crujieron, al igual que lo hacen las de los castillos abandonados de las películas. La luz del día penetró en el corredor y pude observar dos estancias y una pobre escalera de madera a la que le faltaban peldaños. Algo me llevó a subir a la planta superior, como un conejillo que trata de coger una zanahoria. Pisé con cuidado las terribles tablas de madera que crujían como si quisieran quebrarse. Al llegar a la parte superior de la casa, una puerta descolorida por el tiempo, separaba la escalera de la galería. Una vez dentro, el contraste con la planta baja era tremendo. Parecía que el tiempo se había parado, he incluso podía asegurar que se olía a lavanda procedente del suelo. Este, al contrario que el de la planta inferior, era de madera, de lujosa madera. Estaba en perfecto estado, como si lo acabaran de poner. La iluminación era magnífica, entrando un precioso sol por el gran tragaluz que se encontraba en medio de la estancia. Numerosos tapices de alto lizo ambientados en el siglo XVIII cubrían las paredes, que cada 2 metros poseían un aplique con tres velas hecho de oro puro. Avancé hasta llegar al final del pasillo, donde un arco de madera de cerezo permitía el acceso a un gran vestidor. Multitud de armarios rodeaban la estancia. Abrí uno de ellos y encontré de nuevo la foto de la madre de la familia y numerosos vestidos confeccionados a mano. En otro armario, había cientos de pares de zapatos, aptos para cualquier evento que se pueda imaginar. Un guardarropa escondía un secreto mayor. Este no contenía ropa, si no una habitación. Tres grandes ventanales la iluminaban. De pronto, creí oír la puerta del pasillo pero la lujosa estancia diezmo el miedo que pude sentir. La cama, era de matrimonio, con una colcha de seda que hacía juego con las telas de las cortinas. Una cómoda se encontraba en frente, provista de los juegos de cama pertinentes. Volví a mirar a las ventanas y observé que una de ellas poseía un balcón. La abrí de par en par y me asomé para ver la calle. No había nadie. De pronto, noté una fría mano en mi espalda que me precipitó al vacío de la vía. Cerré los ojos para evitar saber cuando mi cuerpo llegaría al suelo. Cuando despegué los parpados, me encontraba abriendo el gran ventanal que poseía el balcón. Parecía como si nada hubiera pasado, pero esta vez no fui capaz de abrirlo. Me asomé por el cristal y observé multitud de gente que se aglutinaba en torno a un cuerpo inerte. Cogí una silla para poder tener una mejor perspectiva y logré distinguir a esa persona. ¡Era yo! Un medico trataba de reanimarme, más fue inútil. Corrí al pasillo para bajar a la calle, pero la puerta por la que accedí a la escalera no estaba. Volví a la habitación y traté de romper el cristal con un reloj que descansaba encima de una mesita de noche. Fue inútil, cualquier intento de salir de aquella casa era en vano. Grité con todas mis fuerzas para intentar que aquella gente me escuchara, pero parecía como si mi voz no saliera de aquellas cuatro paredes. ¿Y si no logro salir de aquí? El pánico me poseyó y me tiré en la cama llorando miles de lágrimas. “¿Estaré muerto?” pensé... aquello pasó hace ya mucho tiempo. Y aun hoy estoy en la misma estancia, asomado a la ventana, mirando a la triste paloma que aquel día me acompañaba por aquella calle desértica.

1 comentario:

  1. Me gusta el nombre de tu blog. Holly se encerró en la jaula de los que quieren ser libres, los que no quieren ataduras de amor, de afectos pero, finalmente, acaban buscando, entre lágrimas, a su innominado gato, abandonado en un callejón.
    Y me gusta tu relato, el de alguien que se ha quedado atrapado en su propio sueño.
    Definitivamente, Juan, tienes ojos llenos de cine y lo dejas ver en tus historias. ¡Me encanta leerlas!

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