miércoles, 14 de diciembre de 2011

El color de la verdad

Apagó la luz y se dispuso a dormir. A penas los párpados podían cubrir sus ojos hinchados por el llanto. "Hazte ilusiones" le habías dicho tiempo atrás, "no estaría aquí si no me importaras", "solo es un amigo". Aquel amigo había conseguido suplantarlo y ahora solo era un cero a la izquierda en tu vida, como siempre lo había sido y siempre lo será. Tener que ver como tú, la persona que más había añorado y deseado en su vida estaba con otro, hacía que de sus ojos no salieran otra cosa que lágrimas. La sonrisa que lo caracterizaba desapareció, al igual que tu relación con él y ahora tenía que afrontar un desengaño más de la vida. Mientras dormía viajaba a un mundo ideal, el mundo que plasmaba su mente, pero cuando abría los ojos volvía a la cruda realidad. Tú estabas con otro, otro que no era él y eso le creaba un sentimiento que le hacía incapaz de responder ante ningún estímulo. Solo podía mirar, mantener la mirada perdida en un horizonte que le permitía alejarse de la realidad. Allí no había nada, solo oscuridad. El color negro le otorgaba el no pensar en nada, solo oscuridad. Llegará el día en que el horizonte vuelva a ser colorido, como lo había sido mientras él era inconsciente del engaño en que estaba, el engaño en el que tú le habías sumido. Se sentía estúpido, había confiado en ti aun cuando sus propios amigos le intentaban abrir los ojos, pero él seguía aferrado a la esperanza de estar contigo.
La luz de su cuarto aún sigue apagada, pero no porque esté durmiendo, sino porque tiene miedo de encenderla y ver que todo lo sucedido ha sido realidad.

viernes, 9 de diciembre de 2011

Noche perpetua


¿Dónde estás? No puedo verte…todo está tan oscuro, hace tanto frío. Solo puedo temblar, y mi bello se eriza ante cada ráfaga del helado viento que roza mi piel. Ando, pero no se hacia dónde, solo oigo el viento y mis pasos. ¿Por qué no estaré en mi casa? Estoy agobiado, quiero salir de aquí y por más que avanzo solo veo la oscuridad. ¿Cómo he llegado aquí? No recuerdo nada y aun así parece que un esbozo de mi memoria quiere recordarme algo. Corro y corro, pero lo único que consigo es fatigarme. Me sentaré a descansar, sí, reposaré un poco. El suelo esta frío y húmedo, pero mis piernas no me sostienen. Voy a hacer memoria… recuerdo, recuerdo que estabas conmigo. Todo era tan bonito, la luz del sol calentaba nuestra piel desnuda y las flores nos arropaban con su fragancia. El agua del rio sonaba al caer por cada cascada de este, y yo me estremecía al notar las frías gotas en mi piel. Tú estabas conmigo, acariciándome, sentados juntos a la orilla del río. A mí me entró sueño… si, y cerré los ojos para poder dormir. Pero… ahora que los he abierto ya es de noche, y tú no estás conmigo. ¿Qué puedo hacer? Tengo miedo, ya ni oigo el agua del río correr. Parece como si todo se hubiera detenido. Simplemente, esperaré aquí sentado, pensando en ti y cuando el sol vuelva a aparecer por el horizonte, iré a buscarte. ¡Sí! Eso haré. Te echo tanto de menos… solo quiero que sea de día, y poder verte, notar como tus ojos azules se clavan en mi mirada. Oír tu risa, esa melodía que hace cantar a mi corazón. Ahora es cuando me doy cuenta de que no es el sol quien me permite ver, eres tú. Tú me iluminas con tu compañía. Me asusta el silencio de la noche. Esperaré aquí, tranquilo y paciente tu llegada, para volver a tener la luz que me permita salir de esta noche perpetua.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Carta de un desconocido


Querido amigo,
La historia que paso a narrarle ocurrió hace ya muchos años, tantos que posiblemente no recuerde con rigor esta anécdota. Mi deber es hacerle llegar a usted este día, este extraño día que hoy le redacto a petición de una cercana amiga.
“Encendió el ordenador y el fuerte piloto azul la cegó momentáneamente. Era muy temprano, su antiguo despertador digital que tantas mañanas la había sacado de su sueño pitó en señal de que eran las 7 de la mañana. Por las rendijas de la ventana entraba el tenue resplandor del sol saliente entre las olas del mar. Subió la persiana y corrió la cortina para ver ese maravilloso espectáculo de la naturaleza. Abrió una hoja de la ventana y la suave brisa del mar acarició su cara, al igual que lo hace una madre con su hijo. Volvió la mirada a la pantalla de su ordenador y observó como en el escritorio aparecía aun la foto de aquella persona, que a día de hoy, seguía siendo extraña para ella. Hacía dos meses que no mantenía contacto con él, y seguía sin ser capaz de separar aquellos ojos azules de su mirada. Al conectarse a la red social, comprobó si estaba conectado ¡Y así era! Sin embargo, nunca la había saludado y no tenía la esperanza de que ese día fuera diferente. Siempre era ella la que tenía que llevar el puntero de su ratón hasta su icono del chat si quería saber algo de él. Incluso había pasado varias noches despierta esperando para llamarlo, para oír su voz, su cálida voz. ¡Qué lástima de tiempo perdido! Una discusión meses atrás rompió cualquier esperanza de poder entablar una relación seria. Cuando se quiso dar cuenta el sol ya superaba el horizonte y el calor de este, comenzaba a provocar que su pequeña oreja derecha se pusiera roja. Abrió la puerta de su habitación y bajó con precaución las escaleras de mármol indio. Le parecía que los puntos negros que permanecían incrustados en este eran hoy mayores que hacía dos meses. Una vez en la cocina, encendió la cafetera negra y esperó con paciencia a que la luz se pusiera en verde para poder preparar su taza de café. Su olor pronto llenó la estancia, recordándole los días en los que camino al colegio, aquel aroma recorría las calles de su pueblo. Tomado el café, se apresuró en llegar a tiempo al trabajo. Cada día, tenía que pasar por la puerta de la casa de aquel desconocido con el que había discutido meses atrás. Nunca llegó a verlo en persona, pero cada vez que pasaba por aquella calle de penumbra sus ojos se abrían como los de un búho, esperando poder verlo por primera vez. Aquel día el destino fue benévolo con ella y casualmente vio a aquella persona. Sentía que el corazón se le salía por la boca, pero aun así se aferró al volante del coche y siguió camino al trabajo. La inundó un gran ahogo al pensar que había dejado pasar la única oportunidad que había tenido de ver en persona a aquel amor. Después de estar diez minutos sentada en la silla de su despacho, mirando a la nada, se remangó su largo vestido negro que le cubría los tobillos y echó a correr como una loca escaleras abajo para volver a la calle donde residía él mientras su larga melena morena ondeaba a causa de la velocidad. Parecía que el tiempo no pasaba y que solo podía escuchar el pálpito de su corazón y el chasquido que hacían sus tacones al llegar al suelo. Cuando llegó a la esquina de la angosta calle, frenó en seco y asomó con cautela la cabeza ¡Allí estaba! Por un momento deseó volver al trabajo, pero algo le decía que tenía que hablar con él. Las campanas de la iglesia contigua sonaban y las palomas paseaban por la calle sin ser ella consciente de todo aquello. Simplemente podía mirarlo a él. Se armó de valor y se plantó sin pensarlo dos veces en frente suya. La cara de aquél se descuajeringó y ella balbuceó entre temblores un “Hola” lleno de valor. Otro saludo fue correspondido por parte del otro y ella le consultó si querría dar un paseo. Este asintió sin demora y cruzaron calle abajo la vía. Tras un largo recorrido cargado de risas y una confianza que era propia de personas que llevaban una vida junta, decidieron sentarse en un banco solitario. El silencio hizo acto de presencia mientras aquellos sujetos intercambiaban sus miradas. Ella agachó la cabeza y unas palabras, apenas sin fuerza, cruzaron el aire y llegaron hasta él “¿Es verdad que no quieres saber nada de mí?” Y aquel respondió “Si no quisiera saber nada de ti no estaría aquí ahora”. Una sonrisa apareció en el rostro de la chica y ambos se levantaron para continuar el camino. Se despidieron y ella volvió al trabajo con una felicidad que nunca había llegado a conocer, y que posiblemente, nunca conoció.
 Los días se sucedieron y ella no recibía señales de él. Como tiempo atrás, este se conectaba, pero no dirigía una palaba a esta muchacha. No merece la penar correr tras alguien que huye de ti y ella no volvería a correr tras él. Y todo quedaría ahí, en una tarde. “
Ella se fue hace unos meses, nos dejó para irse al mundo de la oscuridad pero me pidió entre sollozos que le recordara este día, el que más pesaba en su memoria aunque usted no recuerde ni como se llamaba.