Allí continuaba, sin apenas respirar, acostada en su fría
cama. Estaba arropada por las sábanas de franela. Su mirada, perdida en cada
lágrima del gotelé. Y en cada gota un mundo. Su mente traspasaba aquellas
cuatro paredes y se embarcaba en un viaje a un lugar único, maravilloso. Allí estaba
él, esperándola con su taza de café, en la orilla del mar. Las olas, cada vez
que se acercaban, mojaban sus pies. Siempre hallaba paz mirando los verdes ojos
de este, que hacían contraste con el fuerte azul del mar. Silencio, nadie
despegaba sus labios y sin embargo parecía que no callaban. Solo se oía el
crujir de las olas del mar y cada golpecito que el corazón de este hacía en el
cuerpo de la muchacha. La brisa marina se mezclaba con el after shave, y
llegaba a su nariz como una melodía de tranquilidad, de serenidad. Los besos,
al igual que las olas, iban y venían. Uno era correspondido por otro y cada
labio se negaba a separarse de su contrario. El sol, que había calentado su
piel, iba bajando poco a poco, y mientras su calor se apagaba, aquel mundo
idílico se iba con él. La estrella, sobrepasó el horizonte y la oscuridad se
hizo tras su salida. La negrura de la noche impedía ver los verdes ojos de
aquella persona que estaba con ella en la playa. Y esta negrura se fue
fundiendo, poco a poco con la oscuridad de sus pupilas. Cuando se dio cuenta,
había vuelto a su cuarto sin apenas ser consciente. Sabía que existía aquella playa y sabía que él
estaba allí, pese a ello solo había un problema, únicamente la pisará con él,
en el maravilloso mundo de su imaginación.
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