Llegó cansada del trabajo y decidió recostarse en el diván
tapizado en cuero negro de su salón. La estancia no tenía un lujo extremo pero
tampoco parecía de una casa humilde. Simplemente estaba el diván, una mesita
para el té de cristal y la estantería donde descansaba la tele y las numerosas
fotos de familiares y amigos. El suelo estaba enmoquetado y presentaba muchas
migajas de pan, fruto de no haber sido limpiado en semanas. Las pareces
empezaban a ennegrecer y las cortinas olían a tabaco. Pese a todo ello, aquel
lugar era especial, diferente al resto de la casa.
Esa tarde se había conocido a un chico. Otro más para
apuntar en la lista de las mil y una relaciones que había tenido. Pero este era
especial. La había invitado a una copa de cava, que ella cortésmente había
rechazado.
De repente, su teléfono móvil sonó y lo descolgó rápidamente.
Se trataba de aquel chico, había conseguido su número. Sintió por un momento un
escalofrío, ¿Cómo habrá dado con mi móvil? Pensó. Aturdida y confusa volvió al
reposo de su diván y cerró los ojos para tratar de descansar unos minutos. Notó
la presencia de alguien. Abrió los ojos y se encontraba allí, en el mismo
salón, pero había algo detrás de ella. Una mano recorrió con extrema dureza tu
cara y mientras trataba de detenerle la respiración, sintió como unas uñas se
clavaban su abdomen. Oyó una voz “Me rechazaste y ahora sufrirás las
consecuencias”. Consiguió ver a su asesino. Era él, el hombre del bar. De
pronto, volvió en sí, abrió los ojos y estaba en su salón. Solo había sido un
sueño. Para apaciguar el susto y relajarse tras aquel mal trago, decidió tomar
un baño con sales de rosa. Se quitó la ropa con rapidez debido al frío y al
mirarse en el espejo observó unos arañazos en su abdomen, similares a los de su
sueño. Aquello comenzaba a volverla loca. ¿Cómo era posible? Sin más espera sumergió
su cuerpo en la bañera y encendió las velas aromáticas. Parpadeó solo un
instante y allí estaba otra vez aquel hombre, entrando por la puerta. Ella se
quedó helada por el pánico y no podía moverse. Él le dedicó unas palabras: “¿Sabías
que cuando una persona muere en un sueño, lo hace también en la realidad?”. Por
más que intentaba mover su cuerpo este no respondía y cuando se quiso dar
cuenta él había sumergido su cabeza en el agua, intentando ahogarla. Un sonido
apareció de la nada, era su móvil. Abrió los ojos y se dio cuenta de que estaba
completamente mojado su pelo, sin haberlo sumergido ella. A partir de ese
momento, tenía miedo de dormir. Pero ¿Qué podía hacer? Si volvía a cerrar los
párpados podría ser la última vez que lo hiciera. Trató de mantenerse en
vigilia toda la noche, pero llegada las cuatro de la mañana, se fue a dormir a
la cama. Tras cerrar los ojos, ella volvió a su mundo de sueño. Ahora no estaba
en su casa, sino en la azotea. Y aquel hombre se aproximaba. Ella no podía
moverse, estaba aterrada, tan solo lo miraba fijamente. “¿Tienes miedo?” le
preguntó aquel hombre. “Tranquila´, solo son once pisos de caída” y la cogió
entre sus brazos aproximándose a la barandilla. Ella logró mover su cuerpo, y
cuando solo quedaba un metro para llegar al final del muro, logró desprenderse
de él y empujarlo al vacío. Ella despertó rápidamente y se dio cuenta de que
permanecía allí, en su cama. ¿Habría logrado deshacerse de la pesadilla de sus
sueños? A la mañana siguiente, las noticias matutinas informaron de la muerte
de un joven de veinticinco años, que había sido encontrado en su cama. Presentaba
todos los huesos y órganos destrozados, similar a una muerte por una caída de
un onceavo piso.
Los forenses no
lograron jamás descifrar aquel paradigma mientras que nuestra joven, guardó con
cautela aquellos extraños sucesos ocurridos con un chico de barra.